Ensayo sobre la patria

391091_yo_soy_espanol_20120629135535Esta entrada tenía como destino verse publicada el 12 de octubre, ese insigne día de la fiesta nacional del país, pero como dentro de escasos días andaré fuera de estas tierras y no volveré hasta después de esa fecha me veo obligado temporalmente a escribirla en el momento actual. No se crean ustedes que no me duele perdérmelo. Entonar “España es una y no cincuenta y una” a viva voz, evocar reminiscencias de la época dorada del franquismo o maldecir a esos rojos separatistas que quieren quebrar la unidad española enfrascados en un ambiente de colorido sin igual es una experiencia única. Un día, en definitiva, para decir alto y claro “viva España, viva el rey, viva el orden y la ley” destilando orgullo rojigualdo por todos los poros del cuerpo.

A tan gloriosa jornada se le atribuyó la singular denominación de Día de la Hispanidad para así conmemorar la fecha del descubrimiento del nuevo continente (nombrado de tal modo en honor a Américo Vespucio ya que fue el primero en darse cuenta de que existía un nuevo territorio a pesar de que Cristóbal Colón fuera reconocido como el primero en su descubrimiento, el cual murió creyendo que había llegado a las Indias) y del contacto entre esos dos mundos de entonces. Así, tal día se nos evoca a base de grandilocuentes recuerdos desde los medios de comunicación y la esfera política y económica la grandeza de nuestra historia. Lo que seguramente no vayan a decirnos las altas instancias de nuestra excelencia moral es que lo que en realidad ocurrió en América Latina fue una invasión a modo de conquista colonizadora en la que se produjo el saqueo de sus riquezas, la esclavitud de su población y el exterminio de millones de indígenas, tal y como reflejan los textos de Bartolomé de las Casas o Eduardo Galeano. Pero claro, a aquello era mejor llamarle simplemente descubrimiento.

Eso lo sabe muy bien el poder, que se sirve del uso de las fronteras para aglutinar a una masa amorfa a la que procurará dotar de un discurso uniforme a la par que tratará de hacerla verse como diferente e incluso como contraria apelando a la patria ante el mismo tipo de sector social de otros lugares sólo por ser de países distintos. Hace no mucho los inmigrantes eran vistos aquí como un problema porque venían a aprovecharse. Ahora que somos nosotros los que nos vamos, sin embargo, es para ganarnos la vida. Y es que, como dice ese soberbio diálogo de la película Martín Hache, “la patria es un invento”. Recientemente se escenificó un claro ejemplo de ello con el espectáculo generado en torno a las Olimpiadas. Se nos caían las lágrimas y clamábamos justicia. No obstante, quienes lloraban o se lamentaban por la no elección de Madrid como sede olímpica pero no luchan contra las imposiciones en forma de recortes de la troika europea, contra una manipulación mediática infame que trata de anular el pensamiento o contra el saqueo político y económico del país, vosotros, tenéis un nombre ganado a pulso: patriotas de pacotilla.

Porque patriota no es quien se limita a celebrar las victorias de la selección española, quien está en contra de los vascos, catalanes o gallegos o quien se dedica a soltar las soflamas con las que nos inundan periódicamente como las últimas semanas con Gibraltar. Eso es puro patrioterismo. Ser patriota es pelear por la dignidad desde abajo por los intereses del común de la ciudadanía (por una democracia que sea democracia y no el cortijo de unos pocos, por una economía puesta al servicio de la población y no como elemento de explotación, por una sanidad y una educación de calidad cada vez más cercenadas…), algo de lo que muchos, por más que se lo crean, no puede presumir España ya que, por desgracia, abundan más las banderitas y los desfiles fantoche que la organización y el exigir lo que nos corresponde como pueblo que somos.