Hipocresía y pandereta

thumb_medium-2095685*Publicado en Rioja2.com

Hacía meses que no tecleaba por estos lares. Hay una justificación para ello y no es que me haya perdido en las fiestas de algún pueblo o que aún siga celebrando San Mateo. Cuando se tienen varios frentes abiertos hay que cerrarlos poco a poco para seguir avanzando. Este verano ha ido destinado a finalizar de escribir un libro del que pronto habrá más noticias. A veces es necesario alejarse para regresar con más fuerza y en el periodismo, como en la vida, el escapismo debería ser obligatorio. Espero poder compensarles con unas líneas más irreverentes que Ignatius Reilly en ‘La conjura de los necios’. Dispóngase a leer la anatomía de un diagnóstico, eleve el volumen de sus altavoces con Keny Arkana por ejemplo sonando en ellos y sírvase una copa. A ésta invita Rato con su tarjeta.

El brote de ébola, aparte de servir para sacarnos de nuestra comodidad de miras, ha puesto de manifiesto que el Partido Popular es tan peligroso como el propio virus. Son la personificación con causa de la Ley de Murphy. Desmantelan la sanidad pública para hacer negocio con la privada, niegan la formación que demandaba el personal sanitario tiempo atrás para abordar este tipo de casos para finalmente admitir ante la Unión Europea “relajación en algunos procedimientos”. Luego, eso sí, aupados por sus palmeros autómatas y determinados medios de comunicación, que enterraron años atrás la dignidad de la profesión, defienden hipócritamente su gran modelo de gestión.

Sólo así se puede explicar la rueda de prensa (por no llamarle tragicomedia) de Ana Mato, que si no vio lo del Jaguar en su garaje está como para ver una crisis de tal calado. Mención aparte merece la soberbia y la insensibilidad mostrada por Francisco Javier Rodríguez, consejero de Sanidad de Madrid, criminalizando al eslabón más débil, la enfermera, para ocultar responsabilidades repitiendo episodios anteriores como el del Prestige o el Yak-42. Son inútiles (no como insulto sino como por desgracia lo que les define porque no sirven para estar al frente) pero, además de ello, son cobardes. La guinda la han puesto sacrificado a Excálibur. El año que viene es una buena ocasión para sacrificarles a ellos en las elecciones.

Si el PP es la inyección letal, el PSOE es placebo. Ya está aquí de nuevo la retórica del cambio. ¿Colará otra vez la de hacer la envolvente? Pedro Sánchez, elegido como nuevo secretario general, es de un espíritu renovador tan prominente que vota como consejero de la Asamblea de Caja Madrid la mayor emisión de preferentes, permite sin alzar la voz los desmanes de las tarjetas black o está a favor de reformar la Constitución de la mano con el PP para priorizar el pago de la deuda a la banca y sus intereses por encima de los servicios sociales. Tampoco es muy de debates. Trasquilado del que mantuvo en una cadena con Alberto Garzón y Pablo Iglesias sobre el modelo de Estado, él, inteligente producto de marketing cosmético, es más de llamar a Sálvame o acudir a El Hormiguero. Tanto en el PSOE como en sus votantes hay gente con valores. El problema es que su dirección dejó de tenerlos desde hace mucho.

Pocas cosas detesto más que quienes se suponen fuerzas políticas para el cambio o representantes de los trabajadores y trabajadoras metan la mano o se aprovechen de su cargo público para su beneficio privado. Gente como (in)Moral Santín por parte de Izquierda Unida o diferentes representantes de UGT y CCOO vivían a todo tren a la par que se salvaba a Bankia y se desahuciaba a miles de familias. Los sinvergüenzas que se ocultan bajo esas siglas no hacen justicia a la honradez de la militancia de IU que se parte la cara en las calles y las instituciones y al conjunto de afiliados sindicales que sí representan el espíritu de Marcelino Camacho pero o caen esos corruptos y los responsables políticos de transigir con ellos o la credibilidad de estas organizaciones se verá envuelta en un ambiente de lodazal. No es ser de izquierdas ni de derechas ni de UPyD. Es ser decente.

El cocktail viene acompañado del olor a naftalina del Día de la Fiesta Nacional de España (antiguo Día de la Hispanidad en el franquismo), que trata de evocar a base de grandilocuentes recuerdos y de emociones exaltadas la magnitud de nuestra historia relacionándola con el descubrimiento del nuevo continente. Lo que seguramente no digan las altas instancias de nuestra excelencia patriótica es que lo que en realidad ocurrió en América Latina fue una invasión a modo de conquista colonizadora en la que se produjo el saqueo de sus riquezas, la esclavitud de su población y el exterminio de millones de indígenas, tal y como reflejan los textos de Bartolomé de las Casas o Eduardo Galeano. Nada hay que celebrar ante un genocidio de esa dimensión.

Quienes se limitan a festejar las victorias de la selección española, quienes están en contra de los vascos, catalanes o gallegos o quienes se dedican a soltar las soflamas con las que nos inundan periódicamente en pro de la unidad sólo muestran su puro patrioterismo de pandereta. Patriotas de pacotilla son gente como Jordi Pujol (en treinta años no pudo encontrar un hueco para regularizar su situación fiscal), la orden del sacerdote repatriado con ébola tristemente fallecido (tener una SICAV de 4,38 millones de euros es de un humanismo cristiano desbordante) o el difunto Emilio Botín (ensalzado como hombre “comprometido con su país” dando prueba de ello con sus miles de millones en Suiza). Patriotas de verdad son personas como las que componen la marea blanca defendiendo lo que es de la ciudadanía o concretamente como Teresa Romero, que se lo jugó todo para atender a quien lo necesitaba para luego ser vilipendiada por los responsables de Gobierno. No vale sólo hacer gala de una bandera. Los principios se demuestran con hechos.

Ensayo sobre la patria

391091_yo_soy_espanol_20120629135535Esta entrada tenía como destino verse publicada el 12 de octubre, ese insigne día de la fiesta nacional del país, pero como dentro de escasos días andaré fuera de estas tierras y no volveré hasta después de esa fecha me veo obligado temporalmente a escribirla en el momento actual. No se crean ustedes que no me duele perdérmelo. Entonar “España es una y no cincuenta y una” a viva voz, evocar reminiscencias de la época dorada del franquismo o maldecir a esos rojos separatistas que quieren quebrar la unidad española enfrascados en un ambiente de colorido sin igual es una experiencia única. Un día, en definitiva, para decir alto y claro “viva España, viva el rey, viva el orden y la ley” destilando orgullo rojigualdo por todos los poros del cuerpo.

A tan gloriosa jornada se le atribuyó la singular denominación de Día de la Hispanidad para así conmemorar la fecha del descubrimiento del nuevo continente (nombrado de tal modo en honor a Américo Vespucio ya que fue el primero en darse cuenta de que existía un nuevo territorio a pesar de que Cristóbal Colón fuera reconocido como el primero en su descubrimiento, el cual murió creyendo que había llegado a las Indias) y del contacto entre esos dos mundos de entonces. Así, tal día se nos evoca a base de grandilocuentes recuerdos desde los medios de comunicación y la esfera política y económica la grandeza de nuestra historia. Lo que seguramente no vayan a decirnos las altas instancias de nuestra excelencia moral es que lo que en realidad ocurrió en América Latina fue una invasión a modo de conquista colonizadora en la que se produjo el saqueo de sus riquezas, la esclavitud de su población y el exterminio de millones de indígenas, tal y como reflejan los textos de Bartolomé de las Casas o Eduardo Galeano. Pero claro, a aquello era mejor llamarle simplemente descubrimiento.

Eso lo sabe muy bien el poder, que se sirve del uso de las fronteras para aglutinar a una masa amorfa a la que procurará dotar de un discurso uniforme a la par que tratará de hacerla verse como diferente e incluso como contraria apelando a la patria ante el mismo tipo de sector social de otros lugares sólo por ser de países distintos. Hace no mucho los inmigrantes eran vistos aquí como un problema porque venían a aprovecharse. Ahora que somos nosotros los que nos vamos, sin embargo, es para ganarnos la vida. Y es que, como dice ese soberbio diálogo de la película Martín Hache, “la patria es un invento”. Recientemente se escenificó un claro ejemplo de ello con el espectáculo generado en torno a las Olimpiadas. Se nos caían las lágrimas y clamábamos justicia. No obstante, quienes lloraban o se lamentaban por la no elección de Madrid como sede olímpica pero no luchan contra las imposiciones en forma de recortes de la troika europea, contra una manipulación mediática infame que trata de anular el pensamiento o contra el saqueo político y económico del país, vosotros, tenéis un nombre ganado a pulso: patriotas de pacotilla.

Porque patriota no es quien se limita a celebrar las victorias de la selección española, quien está en contra de los vascos, catalanes o gallegos o quien se dedica a soltar las soflamas con las que nos inundan periódicamente como las últimas semanas con Gibraltar. Eso es puro patrioterismo. Ser patriota es pelear por la dignidad desde abajo por los intereses del común de la ciudadanía (por una democracia que sea democracia y no el cortijo de unos pocos, por una economía puesta al servicio de la población y no como elemento de explotación, por una sanidad y una educación de calidad cada vez más cercenadas…), algo de lo que muchos, por más que se lo crean, no puede presumir España ya que, por desgracia, abundan más las banderitas y los desfiles fantoche que la organización y el exigir lo que nos corresponde como pueblo que somos.