¿Por qué no se callan?

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Por la mañana llegaba con el desayuno el primer mensaje: «Rajoy anuncia a las 10:30 que el rey va a abdicar». Uno lo ve y piensa que es la broma del día hasta que comienza el aluvión de comentarios y ya se lo empieza a tomar más en serio. Entonces opta por encender la televisión y efectivamente ahí está el rótulo que lo confirma. Aún pensando si aquello no sería una operación dirigida de nuevo por Garci, recurre al teletexto, que es como la prueba del algodón, para comprobarlo en última instancia. Día histórico. Algo está cambiando para que se produzca una abdicación que deja un aire de derrota para el jefe del Estado. Los demócratas y los elefantes tienen motivos para la alegría.

La dimisión de Enrique López, magistrado del Tribunal Constitucional y nuevo ejemplo para la Seguridad Vial, parece que informativamente ya es del Neolítico. No es para menos visto lo que gusta aferrarse al cargo en este país. Se va un rey (sí, con minúscula, que no por ocupar ese lugar sin ser elegido por la ciudadanía encima hay que tratarle de manera superior al resto) que decían que vino con una mano delante y otra detrás pero a quien con el tiempo se le descubrió una cuenta heredada en Suiza al muy patriota. Como no le debía parecer suficiente con la partida real, se labró una fortuna personal interviniendo, por ejemplo, a favor de empresas como la petrolera rusa Lukoil con intermediarias que pudieron ser algo más demostrando así su afán por la caza mayor.

Son tres las grandes frases que el Borbón deja para el recuerdo. «La justicia es igual para todos» la pronunció en el tradicional discurso de Nochebuena refiriéndose sin nombrarlo al caso Noós en el que está implicado su yerno, Iñaki Urdangarín, y su hija Cristina por mucho que le hayan tratado de desimputar. Es igual para todos pero para unos más que para otros ya que la realeza conocía desde hace años esas irregularidades sin abrir la boca, se permitió que se dieran por buenas unas facturas falsas firmadas por la infanta y la figura del monarca, en un gesto de equidad sin parangón, queda consagrada como inviolable y sin responsabilidad en la sacrosanta Constitución.

«Lo siento mucho. Me he equivocado. No volverá a ocurrir» afirmó con cara de cordero degollado ante las cámaras tras el capítulo de Botsuana. Parecía que el animal fuese él y no el elefante con el que posó abatido en la cacería financiada por un empresario saudí. No era la primera vez que el que fuera elegido por obra y gracia del dictador se dedicaba a un hobby tan común pero esta vez la cadera le delató. De hecho, la afición por las armas ya ha jugado alguna que otra mala pasada en la familia real tales como la muerte accidental del hermano de Juan Carlos, Alfonso, cuando ambos jugaban con un revólver (al menos ésa es la versión oficial) o el disparo en el pie de Billy el pistolero Froilán.

Si hay una cita suya que se ha repetido hasta la saciedad, ésa ha sido, sin duda, la siguiente: «¿Por qué no te callas?». Se nos hinchaba el pecho de españolidad al oír y ver espetarle aquello a Hugo Chávez en la Cumbre Iberoamericana en uno de los ejercicios de manipulación más grandes jamás vistos. La gran mayoría recuerda la famosa frase del campechano pero desconoce lo que previamente había declarado Chávez, que era algo tan poco relevante como que España había participado en el intento de golpe de Estado en Venezuela en el año 2002 y que José María Aznar le había invitado al Club Biderberg. Sí, nos engañaron. Vuelvan, si no me creen, a ver la escena completa.

La decisión de la abdicación está tomada desde la óptica de no dar puntada sin hilo para tratar de salvar a la anacrónica monarquía de su crisis institucional, tal y como prueban los datos de valoración del CIS, y más tras las últimas elecciones. Comienza el juego de tronos del lavado de imagen con el ensalzamiento de la preparación de Felipe y la gran labor de representación de Juan Carlos, sobre todo en el 23F a pesar de que haya argumentos de sobra para pensar que fue más organizador que salvador, de quien asegurarán mil y una veces que es a quien le debemos la democracia. ¡Viva España, viva el rey, viva el orden y la ley!

Sin embargo, a quienes debemos la democracia es a todas aquellas personas que se dejan el alma en las calles y en las instituciones por la dignidad y la decencia. Buena parte de ellos y de ellas estuvieron por la tarde en las plazas del Estado reivindicando el derecho a decidir en referéndum para ser ciudadanos y no súbditos entendiendo que la República es más que elegir a una jefatura. Es defensa de lo público, es civismo a gran escala, es participación en un proyecto ilusionante de país nuevo. Mientras, la casta, esa palabra tan de moda que engloba a todo el aparato oligárquico de poder político (la dirección del PSOE se puede quitar los tapones cuando quiera), económico y mediático defiende servilmente a ultranza un símbolo de la corrupción como es la monarquía frente a la democracia. ¿Por qué no se callan? Es la hora de que el pueblo hable.

Sus permisos, nuestra dignidad

ManipulaciónCuando uno se decanta por el periodismo ha de saber a lo que se enfrenta. Es un mundo, en su mayoría, dominado por las grandes corporaciones, ese conglomerado de familias, empresas y compañías financieras que dirigen a sus anchas cómo manejar los hilos de la información convirtiéndose así en dueños y señores de la misma. El fin no es otro que, a pesar de la apariencia de inocencia de la selección de ciertos contenidos y no de otros, la conquista del público así como la colonización de las conciencias individual y colectiva para depositar en ellas los valores que defiende ese estrato dominante, que para eso controlan la maquinaria. Es la democracia de audiencia que expone Bernard Manin. Es presentar la realidad como parte haciendo creer que es un total.

Buena parte de la población española ni siquiera conoce a alguno de sus cargos públicos más relevantes o a los principales representantes de países vecinos. Sin embargo, seguramente sí conocerán quién fue Hugo Chávez. “No me gusta, es un dictador”, dirán muchos de ellos. ¿Por qué? “Porque es un dictador, no hay más que ver cómo están allí”. Argumentos a tutiplén. Con todos los claros y los oscuros que suscita la figura del expresidente venezolano ya fallecido, Latinoamérica tiene hoy en día mucho más de democracia que Europa. Y, por el contrario, ésta última se permite dar lecciones. Lo que se está asistiendo como público es a la manipulación mediática y a la puesta en juego de intereses.

Esa cara oscura informativa en la que se enmarca la pugna ideológica define la política, que no es sino la lucha por el poder. Y es eso, precisamente, lo que tanto un compañero como yo sufrimos en nuestras propias carnes. Debidamente acreditados con sendos carnés de prensa (uno de la Federación de Asociaciones de Periodistas de España y otro del periódico Diagonal), nos presentamos en la sede del Partido Popular de La Rioja para cubrir una rueda de prensa, a la cual se nos negó dejar asistir bajo el pretexto de no estar convocados a la misma por el PP no fuera a ser que resultáramos demasiado incómodos. Sí, son los mismos que hablan de transparencia mientras ofrecen comparecencias a través de pantallas de plasma y niegan el derecho a los periodistas de realizar preguntas. Ante ello, decidimos desobedecer y entrar por entender que aquello constituía una falta de respeto absoluta hacia la profesión aunque para cuando lo hicimos la intervención ya había finalizado.

Esta entrada no tiene afán de convertirse en relato de batalla personal sino en poner de relieve la enésima prueba de una estructura de transparencia sesgada donde una cosa es la ficción de boquilla que nos rodea y otra la realidad que acontece. Quienes concebimos la información como un derecho y no como un negocio en manos de traficantes entendemos que es algo que debe ser exigido desde la base de la ciudadanía ya que ésa es condición indispensable para un modelo informativo que sea garante de democracia. No cabe plantear que esto vaya a ser ningún regalo ni concesión al uso sino que de lo que se trata es de exigir y presionar desde abajo en lo que se configura como una conquista social. Son sus privilegios frente a nuestros derechos. Son sus restricciones frente a nuestra libertad. Son sus permisos frente a nuestra dignidad. Ésa es la lucha.